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RENUNCIA

domingo, 26 de julio de 2009

He saboreado mi amor para encontrar la esencia amarga, lo he doblado para guardar, lo congelé, lo herví.He buscado formas de extraviarlo, anularlo, legalizarlo. He puesto trampas de ratón, cámaras de gas y lo he lanzado al precipicio del miedo.Simplemente no muere...Es de plástico, de chocolate, tiene resortes, sobrevive al frío y al calor, tiene seguro de vida, se ha vuelto paradigma infalseable...No necesita respirar y además vuela...El derecho de muerte digna no aplica para él y mucho menos volverse kamikasi...No quiere enfermar...No quiere morir...No quiere renunciar a ser...Mi amor se ha enamorado más que yo que soy una mortal presunta...Mi amor es virus, bacteria, metafísica; ha hecho luz para guiarte, agua para beber y placer para sobrevivir.Mi amor sabe la medida de tus manos, duerme en la cicatriz de tu frente, busca en tu miopía la poesía que escribes. Mi amor suaviza tu voz, colorea tus pliegues eclipsados...Mi amor se absorbe con pitillo, se siembra, se fuma, se corta en pedacitos.Mi feminidad me ha permitido amarte pero renuncio...Hay alguien que te ama más que yo y es mi forma de amarte.Laura Sanz

EN SEPIA



Vuelvo dejando algunos pasos olvidados, sin recogerlos, empolvados.La ciudad se me explota en la boca con su luna llena y comienzo...Ahora solo hay formas esenciales, derramadas, azules y ligeramente cerebrales.Un conteo, una partida, el sur, el vino blanco del beso, el alféizar del volver.Mientras soy feliz me queda la materia del llanto, quedo yo que he vuelto a escribirme, a leerme, a murmurarme un frío que no se mide en grados centígrados sino en poesía y tal vez en un cuerpo enamorado. Mi naturaleza me conduce a un sentir luminoso que viene del color, habita en mi espacio sublingual y al final del día se vuelve piel y brisa.Vuelvo con las palabras contadas de un jornal, un sábado en la noche, para beber un Frappé de ciudades líquidas y mis metáforas.




Laura Sanz
martes, 21 de julio de 2009

MEMORIAS DE UN CUERPO SITIADO POR LA CIUDAD

Nunca había desgastado tanto una palabra como ésta: CIUDAD.

Pregunté por ella, la caminé, la fastidié, la seduje y con razones agotadas la quise lejos de mí sin tener que dejarla. ¿Cómo se describe un lugar común, un hábito, una manía?. Inevitablemente pregunté por Manizales y recibí respuestas pesimistas, cansadas, nostálgicas e incluso rencorosas. Resultó ser un espacio vacío de oportunidades, un simple inspirador literario, una fábrica de atardeceres que no anuncia ningún amanecer; una ciudad pequeña, hermosa, de romances repetidos y mucha niebla azucarada. Esta es la ciudad que me ha llegado en el rumor y en la que vivo hace 27 años. Un espacio de agua, bosques, nevados, lava, teatro adormecido, lluvia y distancias cortas.

No voy a narrar la apariencia que nos cansa. Hay una urbe que nos habita y a ella acudo para formar mi concepto de ciudad. Contenemos múltiples ciudades en el cuerpo y, desde el cuerpo pretendo inhabilitar las ciudades furiosas.

Yo tengo una ciudad en la garganta que me permite vocalizar pausas para apropiarme de culturas callejeras, es impredecible en sus impulsos y padece de congestión por tráfico. Es la sensación de llanto que me queda cuando no te veo en las esquinas, y si bien mi sistema de ordenamiento territorial cuenta con suficientes semáforos para alertar mis pasiones, el verde siempre ha estado averiado y es por eso que nunca llego a tiempo para habitar tu cuerpo, tu otra ciudad. Esta ciudad que llevo en la garganta es víctima del Calentamiento Global y cuando tengo fiebre es cuando más saliva tengo para saborearte. Se ha programado para estas fechas el Festival de las palabras perdidas en la punta de la lengua, ahí estaré buscando el nombre de ese beso que estoy por olvidar. Algunas veces en esta ciudad hay diluvios y se desliza. En cada deslizamiento hay emociones que migran de la ciudad del Corazón y ellas deambulan por la ciudad de la garganta buscando excusas, dolores ajenos, buscando gritos y a veces gemidos de ausencia. Actualmente los habitantes de la ciudad en mi garganta trabajan para vocalizar mejor lo que se dice en exceso.

Tengo una ciudad en las manos, una ciudad que sustenta su economía en las texturas de la piel, que tiene tantas calles como destinos, y cada una de esas calles lleva a las islas del tacto, y así mismo una de esas islas lleva directamente a la ciudad del corazón. Una ciudad ubicada en las manos está sujeta a la suciedad y suele sangrar si sus habitantes no reconocen el peligro. Mi ciudad en las manos también se conoce por la Feria Anual de las Caricias; allí los visitantes pueden reconocer las pieles de sus amores perdidos y hay oferta de caricias en la espalda. Llueve en exceso y sin embargo se hace fácil la producción de temporadas de Piano, Jazz y Teatro. No se puede vivir en la ciudad de las manos si no has nacido allí necesariamente, porque solo el que palpa tiene la posibilidad de permanecer y ser residente.

Me pertenece también una ciudad en la planta de los pies, que tiene calles pendientes, como si colgaran de las nubes; es oscura y fácilmente entra en cuarentena porque es una ciudad mecánica que enferma de cansancio. Es la primera ciudad móvil, una ciudad que permite recorrer otras zonas y se despliega con la propiedad de las metrópolis antiguas, incluso en el agua. Como en las otras ciudades de mi cuerpo en ésta se realizan trimestralmente los juegos interpasionales de la Rayuela y el Pico Monto. No hay nada en esta ciudad que no haya sido olvidado por su fundador, incluso las calles, es difícil recordar su forma y la nomenclatura que llevan.

Como es de esperarse también llevo una ciudad en la espalda, pero esta si es una ciudad furiosa, que carga con la fuerza de los días, los malos movimientos estratégicos, los sistemas de información y el olvido de la calma. Al parecer en esta ciudad se concentran todas las operaciones laborales y cada tanto se entra en crisis por algún espasmo muscular; es lo que no se ha logrado vigilar pon los organismos de control de la ciudad. A veces tanta fuerza acumulada en este lugar se maniobra con un poco de sensualidad, pero la sensualidad es costosa y el presupuesto municipal no alcanza a cubrirla. Actualmente la ciudad en la espalda espera el reconocimiento de su gobernante para ampliar sus posibilidades de ser habitada por otras formas de vida.

En mis labios está la ciudad de los secretos, secretos que a la madrugada son tibios y carecen de memoria a corto plazo. En esta ciudad todo está oculto; incluso las pretensiones. Si alguien quiere visitar la ciudad en mis labios debe tener en cuenta algunas recomendaciones; ayunar, no excusarse en la ebriedad, beber mucha agua, usar tenis, si es posible ropa impermeable, una cámara y protector solar; la razón de esto es que para visitar la ciudad de los labios es necesario estar preparado para escalar y soportar temperaturas bajo cero. En verano se alquilan parapentes para arrojarse al abismo.

Cargo una ciudad en la cadera, solo hay noche en ella. Es la ciudad del baile, de la seducción. Es la ciudad del instinto maternal, de la vida en compás de salsa. En esta ciudad solo hay mujeres y esa esencia femenina gotea en poesía. Cuando tienes una ciudad en la cadera hay tambores que marcan el tiempo que te demoras en pasar de una acera a otra y casi siempre es infinito. A veces duele esta ciudad, porque cada 28 días el movimiento es leve, y la producción baja por lo que se ven seriamente afectados los estamentos económicos y políticos. No siempre se vive en la danza; a veces también se recuerda uno que otro paso del tiempo, se expande, se reduce, se limita, se faja en largas jornadas de inseguridad. Una ciudad en la cadera tiene la carga de la procreación y siempre es la más viable para el turismo.

Eventualmente encuentro una ciudad en mi pelo, muy propicia para los parques de diversiones pues es en forma de espiral, allí la adrenalina huele a fruta y de cuando en cuando se le derraman los recuerdos provocando una contaminación orgánica persistente; los habitantes de esta ciudad pierden la capacidad de volar y se disminuye su habilidad de mantener su temperatura corpórea normal. Esto, gracias a la nueva conciencia ecológica, no sucede con mucha frecuencia; los recuerdos permanecen en recipientes especiales para evitar su derrame. La ciudad en mi pelo progresa a una velocidad lenta, ya que cuando empieza a crecer demasiado se le cortan dos o tres centímetros de pavimento escapando a la furia de una ciudad grande.

No llevo una ciudad en los oídos, la escucho. Escucho sus ecos, sus bocinas, los secretos de la ciudad en mis labios. Aquí se despliega todo el ruido de las voces revolucionarias, sus instantes de voz viva. Escucho una ciudad muda para construirla con sonidos satisfechos, lejos de la queja, lejos de los frenos y de los amores licuantes. Lo que se escucha se guarda debajo de los puentes para que se confunda con un grito seco. En la ciudad que escucho existe el “no” y el “si”, pero jamás habrá lugar para el “no sé”, lo que habita en mis oídos no puede aparecer de la duda.

Si hay forma de describir una ciudad pequeña, casi imperceptible es la que está en mi vientre, a la espera. Su ubicación se escapa a la “Rosa de los vientos”, porque es una ciudad sagrada de cuyos dioses no se conoce nombre alguno. La ciudad de mi vientre se contrae cuando se ve expuesta a la sorpresa; y aunque el romance puede ser su idioma oficial hay algunas formas de comunicarse en esta ciudad sin usar palabras ni gestualidades técnicas.
No es la siguiente la última ciudad, pero es la capital de mi cuerpo. La ciudad que contengo en el corazón es la que recibe mis hombres sin visa, sin pasaporte y a veces sin pasado judicial. Ellos construyen siempre un lugar donde puedan quedarse temporadas largas o en su defecto algunas semanas, hasta que deciden regresar a su ciudad de origen, a sus propios cuerpos. Esta ciudad del corazón es grande, blanda y absorbente. Recibe el flujo de otras ciudades cuando éstas se ven desgastadas o disueltas en la enfermedad de los amores líquidos. No es bueno quedarse a vivir aquí, es una ciudad grande, sobrepoblada, muy cálida pero abrumadora. En la ciudad de mi corazón se medita, se practica yoga, se toma té, se quiere, se olvida, se planean encuentros en las tiendas. Hace algunos días se realizó la Vigésimo séptima muestra de música para enamorarse en menos de tres días y aunque fue exitoso, no volverá a efectuarse el evento por falta de motivación.

Soy tantas ciudades como células vivas, y las siento, las habito, las construyo. Cada uno de ustedes tiene una ciudad que ha olvidado, que falta recorrer de la mano con alguien. Somos tantas ciudades pequeñas que hacemos de la ciudad grande en sí misma un ser viviente. Eso es Manizales, un cuerpo pequeño lleno de vida y dependiente de unas células que se escapan produciéndole el cáncer del olvido.

Volando