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SER PROFESIONAL EN COLOMBIA ES UN ACTO DE FE

lunes, 9 de mayo de 2011

Cuando era pequeña y me preguntaban por lo que quería hacer cuando fuera grande, yo decía que quería ser Ingeniera de Petróleos, eso define un poco lo desubicada que siempre estuve, pues mientras mis amiguitos decían que querían ser doctores, policías y bomberos, yo veía un futuro emocionante explotando lo que mal llaman “El Oro Negro”. Sin embargo, pasaba los días jugando a ser escritora y hacía resúmenes en esos cuadernos de hojas amarillas sobre las películas que veía; entre ellas, Los Ositos Cariñositos, Fresita y una que me llevó bastante tiempo resumir que se trataba de la vida de Cristóbal Colón y su “Gran Descubrimiento”. Luego supe que también era buena escribiendo poemas y por cada ocasión o por cada objeto que se me ocurría escribía unos cuantos versos: El Pajarito, Mi Hermanita, Mi Papá, Mi Mamá, Mi Perrito, El Cielo, La Flor, El Amor, El Osito, El Beso, El Colegio… y otra cantidad que recuerdo con una tierna nostalgia. A los 16 años ya le había escrito un libro completo al primer tipo que me movió el piso y cuando menos pensé, hacía parte de un grupo de poetas manizalitas que participaba en recitales de poesía importantes y así logré compartir la misma mesa y el mismo micrófono con grandes escritores de la ciudad. Siendo así el asunto, todo conspiraba para que dedicara mi vida profesional a una carrera humanista que me permitiera ser grande con mis palabras. En agosto del año 2000 entré a estudiar Filosofía y Letras con la firme convicción de que jamás sería profesora y por el mismo argumento escogí la ruta investigativa porque mi romántico sueño me ubicaba rodeada de libros, redactando proyectos de investigación, publicando y ofreciendo conferencias alrededor del mundo. En el año 2006 empecé a estudiar Derecho, porque ¡vaya! si la combinación perfecta es el derecho y la filosofía, lo cual sin duda, me impulsaría con mucha más fuerza a ese sueño dorado de escribir. Obtuve mi título profesional en filosofía y me encuentro a menos de un año, tal vez, de ser abogada, pero aún me pregunto en qué punto de este trayecto de vida me equivoqué en la elección o en qué punto se equivocó el destino conmigo.

Nadie me educó para someterme al sistema. Nadie me contó que uno no estudia carreras profesionales para ser lo que uno sueña sino para sobrevivir a lo que otros sueñan. Es aquí justamente donde me tropiezo con la frustración de muchos de mis amigos, con las mismas herramientas, con el mismo corazón apasionado y las ganas y hastiados de la frustración y de las mismas respuestas.

Y entonces veo médicos que estudiaron para ser grandes psiquiatras y el sistema de salud de este país les ofrece como la gran opción, trabajar como médicos generales en las clínicas psiquiátricas a las que les falta seguridad, donde los locos enloquecen más y los adictos descubren que el paraíso no es precisamente la sobriedad en Colombia. Médicos que pelean contra su misma integridad personal para salvarle la vida a un paciente que no tiene seguridad social y no lo reciben en ningún hospital, médicos que se enferman, se mueren de hambre por falta de pago, no duermen, sufren de múltiples enfermedades emocionales por el mismo desequilibrio al que deben someterse para pagar una especialidad que les dará el lugar que se merecen supuestamente. Y si corren con suerte, encuentran un trabajo por medio de un contrato por prestación de servicios para hacer consulta externa sin instrumentos, cohibidos y castigados por mandar exámenes urgentes o por hacer diagnósticos demasiado costosos. Médicos que no pueden mirar al paciente a los ojos porque si lo hacen, la consulta seguramente se pasará de los 20 minutos que luego cobrarán por tanta amabilidad. El problema no puede reducirse a las 10 pastillas de ibuprofeno que manda un médico para un tratamiento, el problema es que ser profesional en este país no vale la pena y al que le parece que vale la pena, porque tiene un buen trabajo, no le pagan.

Dejemos a los médicos a un lado. Hace poco conocí a una psicóloga recién egresada, sin empleo y con la misma frustración. Resulta que la moda que ofrece el sistema colombiano para los psicólogos, es trabajar en las empresas de empleos temporales haciendo pruebas psicotécnicas para los otros miles de desafortunados que tienen la valentía de trabajar en un callcenter , y ni hablemos de los Comunicadores Sociales y Periodistas, que ahora deben escoger por obligación trabajar en campañas políticas y correr con suerte para ganarse un buen puesto o simplemente renunciar al gran sueño de ser directores de cine o periodistas de guerra o presentadores de farándula porque todos esos puestos están ocupados por las modelos y los actores o son demasiado peligrosos; y como también les cayó la plaga del “contrato por prestación de servicios”, entonces es difícil contar con protección con todas las de la ley y una completa seguridad social. ¿Abogados?, si antes los abogados y los médicos eran los profesionales prestantes de la sociedad, ahora son los que más luchan por la dignidad profesional. Ser abogado significa por definición ser ladrón y no importa cuán correcto eres, siempre cargarás con el estigma de querer aprovecharte de tus clientes y de ser poco diligente porque no sacas un proceso en menos de un mes, aunque no importe si es el juez el que debe llevar el ritmo. Eso si el abogado está tan desesperado que se dedica al litigio porque no consiguió jamás un puesto público, pues los hijos y los amigos de los magistrados o los avales políticos ya los tienen ocupados. Todo lo anterior sin mencionar que a dónde vayas te pedirán una maestría, fuera del absurdo requisito de la experiencia que jamás la adquieres porque nunca es suficiente o estas demasiado preparado para un cargo.

¿Maestría mis polainas, como diría Homero Simpson, acaso no importa la doble titulación?, ¿acaso muchos nos matamos 10 años de nuestra vida profesional para que no sirva de nada?. Maestría y doctorado para qué si igual van a pagar una miseria, maestría para qué en un país donde ni siquiera hay trabajo para los profesionales universitarios.

De los médicos, abogados, periodistas, psicólogos y demás, podemos cansarnos de hablar, pero entonces contaré lo que me ocurre como profesional en filosofía y letras, carrera que siendo hermosa, es la más subvalorada al lado de otras como sociología, antropología, lenguas modernas y otras muy románticas que se me escapan. El año pasado, atiborré esta ciudad de hojas de vida. Me tocó contra toda la fuerza de mi voluntad contar con la posibilidad de los colegios. Respeto y admiro como se lo merecen a los profesores de colegio, pero como lo dije al principio, esa no es mi vocación. Para armarme de valor por tan humillante labor, de buscar un trabajo en lo que toca y no en lo que se sueña, le pedí a una de mis mejores amigas su compañía aprovechando que ella también estaba “regalando” sus hojas de vida, y más que ser la experiencia de nuestras vidas, fue el detonante de una crisis personal y profesional que me acompaña hasta el día de hoy que decido hacer catarsis y liberarme del peso que ello implica. En un colegio prestante de esta pequeña ciudad, mientras nos secábamos hasta el alma por el aguacero que nos pronosticaba con furia lo que sería ese día, nos recibió la hoja de vida la señora de los tintos o la de los pisos o la de las puertas; el asunto es que tenía un delantal y una escoba y fue ella quien salió a recibirnos y agregó a su desfachatada presencia un: “ustedes saben que es sin ningún compromiso”. En qué cabeza cabe o en qué otro país puede suceder que la señora que limpia el colegio, que también tiene un trabajo digno, pero a la cual no le corresponde hacer la selección del personal, le diga a un profesional empapado y derrotado que no hay ningún compromiso de contratación por parte del colegio. Sólo le faltó decir que los políticos habían puesto suficientes profesores a trabajar allí y que nuestras profesiones eran muy poca cosa como para que la rectora o el director académico tuvieran la suficiente atención, respeto y delicadeza de recibir nuestras hojas de vida, así sirvieran para que la señora limpiara las ventanas del colegio. Está claro que en este país pedir trabajo es pedir limosna.

Y no puedo negar, porque es evidente, que vivo en un país hermoso, con gente maravillosa, con un talento incalculable, pero es un país muerto. Hay artistas, médicos, ingenieros, abogados, periodistas… hay millones de profesionales con un cúmulo invaluable de conocimientos que luchan contra el olvido. Nuestra tierra nos olvida, nos arrincona, nos subvalora y nos patea con frases como: “si no tienes una maestría no puedo contratarte”, “si no eres especialista no puedo contratarte”, “eres bueno pero sólo puedo pagarte el mínimo”, “haces un buen trabajo pero no puedo pagarte seguridad social”, “no puedes recetar tales medicamentos”, “que no importa si el paciente tiene sida”, “que no importa si haces las mejores terapias”, “que no importa si haces las mejores demandas”, “que no importa si tienes la mejor voz del país, el tropipop es la moda y tu rock no nos interesa”, “que no…”, “que no…”, “que no…”. No estamos pidiendo compasión, estamos pidiendo reconocimiento.

Hoy, cuando veo las noticias y me confundo porque no sé si fue que las grabé la semana pasada y se están repitiendo, me impulsa una rabia llena de tristeza y miedo porque esto que me ofrece mi país no es lo que quiero y deseo abandonarlo. Me avergüenza ver cómo se regocijan al contarle a los ciudadanos que se generaron no se cuántos empleos, pero todos ellos para construcción, o para hacer encuesticas o trabajar en un callcenter. Ya está bien de los Nule, ya está bien del desfalco al sector de la salud, ya está bien de inundaciones, de Osama y Obama. ¿Cuándo será que alguien habla de la verdadera crisis de este país, que es humana, que es de vida y no de dinero?.

Ser profesional en Colombia es un acto de fe…

Laura Sanz

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